I
Mi siguiente apertura sería con Maggie. Necesitaba mayor práctica antes de hablar con Matt y aunque ella fuera pan comido, decírselo me serviría para perfeccionar la explicación.
La cité en su restaurante favorito con el pretexto de ponernos al día. Durante la comida habló sin pausa sobre los planes de su boda mientras yo repasaba mis líneas. Cuando la mesera llegó con los tés, anuncié a mi amiga que deseaba contarle algo. Sin darle tiempo de pensarlo expuse con brevedad lo que había ensayado varias veces antes de salir de casa. Quedé en espera de una reacción favorable. Maggie guardó silencio unos segundos, con una sonrisa rígida. Esta vez la del discurso atropellado fue ella.
—¿Autismo? Ah, sí. He escuchado sobre ese padecimiento. Creo que el niño de la balacera en una universidad lo tenía, ¿no? Pero no te preocupes, no se te nota. Con tanto tiempo de ocultarlo ya lo dejaste atrás. Mejor ni lo menciones; muchos no entienden. Tú sigue la vida como si nada.
Tomó un sorbo de su té de tila con valeriana (providencial, diría mi abuela), sacó un pañuelo desechable de su bolsa y se limpió el sudor de la frente. Ante mi silencio, soltó una risita nerviosa y jugó con la cuchara.
—Pensé que me dirías que te gustan las mujeres. Tienes que reconocer que nunca has sido muy femenina. Nada más has tenido dos noviazgos medio raros, sin mencionar que odias las bodas, y eres muy cercana a Penny. Pero insisto en que no te sientas mal: a cada rato encuentran cura para trastornos aún peores.
Su reacción me dejó helada. Ella siguió con su perorata, yo clavé la vista en unas manchas del piso que parecían huellas de pato. Cuando volví a mirarla, sin saber qué decir, la descubrí en dos versiones simultaneas. La otra Maggie, de pie junto a la original, me miró con dureza y dijo: «Siempre me has dado miedo».
Descompuesta, inventé alguna excusa malísima y me marché tras dejar un billete sobre la mesa. Corrí tres cuadras, hasta llegar al parque más cercano (rodearme por árboles es mi mejor calmante). Sentada en una jardinera, con el corazón en la garganta, busqué una explicación. El discurso de Maggie se tornó baladí frente a su extraño desdoblamiento. ¿Por qué la vi así? ¿Era parte del paquete autista? ¿Un tipo de sinestesia? No parecía probable.
Lo de Penny resultó tan grato que nunca imaginé aquello. Enterarme que una persona cercana a quien yo estimaba basara su idea de mí en prejuicios, me tuviera miedo desde hace quién sabe cuánto tiempo y no me lo hubiera dicho, era un gancho al hígado. Mi confianza se redujo varios grados. Ya no me entusiasmaba mostrarme sin máscara frente a mi vecino, jefe y amigo.
II
El día temido llegó a principios de marzo, cuando Matt me preguntó si estaba enojada con él, porque me sentía diferente. Resistí con entereza el impulso de escapar y al cabo de once segundos de balancearme en la silla, pregunté: «¿Tienes tiempo?»
En el jardín recién anochecido, bañada con repelente de insectos, entre sorbos de una soda de menta y con ese temblor incontrolable propio de mis momentos de mayor vulnerabilidad, narré una versión abreviada de mis meses recientes, desde que recordé los años perdidos hasta mi apertura con Maggie. Las palabras de mi amiga, que me habían dejado tan abatida, con Matt me hicieron reír por absurdas y prejuiciosas. Cómo me gustaría ser capaz de poner distancia y tomar las cosas así de ligero mientras están sucediendo, no varios días después. Y con su ayuda. Pero el impacto de la vida sobre mí, a tiempo real, es tan intenso como una estampida de mamuts. Con trabajos me mantengo en pie después de sus embates. Por fortuna existe gente como Matt en este mundo.
Sobre la marcha aclaré sus dudas acerca del autismo y la conversación se extendió hasta la madrugada. Su respuesta fue franca.
—La verdad es que conozco poco del tema, fuera de los personajes de series que se han vuelto famosos, pero me interesa aprender.
—¿Te sientes incómodo conmigo? —pregunté mirando al suelo.
Matt rio de buena gana.
—Por supuesto que no. Si así fuera me mantendría alejado de ti. Es cierto que algunas actitudes, algunos matices tuyos son poco comunes, pero eso te hace ser quien eres.
Mi maxilar inferior se relajó un poco, pero los tremores persistieron.
Matt me pidió expresar mis requerimientos particulares y explicarle lo que él mismo no comprendiera de primera mano. Quedé de prestarle un libro y acordamos ver juntos algunas películas. Lo único que evité contarle fue el desdoblamiento de Maggie.
Me dio un abrazo, después de preguntar si podía hacerlo (igual que Penny), para prevenir incomodidades. Sus dedos en mi espalda se sintieron como una descarga eléctrica, pero no me moví.
—Todas las relaciones son complejas, ¿no crees? —dijo cuando al fin me soltó.
—Ni me digas.
—¿Estás de acuerdo en que basemos la nuestra en la claridad?
—Estoy. El próximo picnic te toca a ti.
—¿Qué te parece el viernes? Esta vez tú pones el tipi y yo la cena.
III
No imaginé que hablar del tema frente a Matt me conferiría ligereza, con todo y que me sentía más expuesta que nunca. La vida me seguía pareciendo complicada pero ya no me acongojaba tanto saber que el proceso de adaptación continuaría durante tiempo indefinido. Porque dados los acontecimientos, la mayor parte de lo que salió a la luz tras romper la burbuja no desaparecería. Era hora de dejar de resistirme. Quizás el hecho de haber disfuncionado tantos años, ignorante de mi neurodivergencia, me enseñó —o diré me orilló— a enfrentar el rechazo por mis peculiaridades, por percibir los mundos de manera tan intrincada, tan implacable. Tal vez gracias a eso, a partir de ahora el camino sería menos espinoso. Lo más importante era que había empezado a revertir esa vergüenza por asumirme inapropiada, sobre todo con las personas más cercanas a mí. Tarde o temprano tendría que acudir a un especialista para obtener un diagnóstico esclarecedor, pero por el momento ésa era la menor de mis preocupaciones.
Los únicos focos rojos en mi mente eran el Tema, el Recurso y el salto al otro lado del muro. Temí que el límite de tiempo hubiera expirado pues las imágenes en mis sueños me hacían pensar que los demás ya estaban en la sala Ceti y, reunidos con los mentores, ni se acordaban de mi existencia. Debía moverme, pero ¿cómo? ¿en qué dirección?
Mis actividades con Trøllabundin se convirtieron en un tiempo de convivencia más que de instrucción formal. Abordábamos temas cardinales con la naturalidad de una charla cotidiana. Cuando lo mencioné, ella dijo que en eso consiste la vida.
—En este camino, la separación entre lo material y lo espiritual se borra poco a poco, hasta que comprendemos que todo está despierto en nuestro entorno. Solo entonces logramos que cada momento sea sagrado. Solo entonces vivimos en una ceremonia continua.
—Suena fácil, pero no sé si algún día podré hacerlo fuera de aquí, donde tú y yo trabajamos en sintonía.
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Por fin le hablé de la doble Maggie. Expliqué que esa experiencia me había hecho recordar cuánto rechazo viví durante la infancia, aunque no estaba segura de la razón.
—¿Habías visto con anterioridad dos versiones de la misma persona?
Negué, intrigada. Miró mi pecho.
—¿Has recibido otra visita de Gran Cuervo?
—Desde la búsqueda de visión aparecen distintos pájaros en mis sueños, pero cuervos no.
—Gran Cuervo es capaz de tomar muchas formas, de animales o personas. Cuando se presenta trae consigo un gran movimiento. En tu caso se trata del resurgimiento de tu ser auténtico, de tu don para percibir lo que se encuentra oculto en la sombra.
—¿Quieres decir que tengo un talento nuevo? ¿Es lo que pasó con Maggie?
—Puedes hacerlo desde que naciste. En tus primeros años lo manejabas con desenvoltura, más tarde lo ocultaste por la reacción adversa de los demás.
Bastaron unos segundos para comprender que de eso se trataba lo de romper códigos: de ver lo que está oculto, el lado B de las personas. Me pareció grandioso, hasta que me pareció terrible. ¿Qué podría lograr con ello? Provocar miedo, como demostró la otra Maggie.
—Es cierto que algunos temerán que escudriñes su interior y averigües lo que ni ellos mismos se atreven a ver —agregó— pero todo tiene sus ventajas.
—No sigas. ¿Es obligatorio? Lo mejor será pedir un cambio de especialidad —comenté en medio de una sorpresiva resistencia a explorar ángulos múltiples y encontrar ventajas, como intento hacer en cada situación crítica de mi vida.
Trøllabundin me observó en silencio unos minutos. Luego habló.
—Es tiempo de que inicies una relación con Gran Cuervo. Se acercó a ti desde hace meses para ofrecerte su guía, para ser tu maestro durante una temporada.
Me entregó un trozo de tela roja con la indicación de preparar un itacate. Hice un esfuerzo para dejar a un lado mis pensamientos y activar el aspecto intuitivo de mi cerebro (al menos lo intenté). Procedí a colocar algunas plantas en el centro de la tela.
De acuerdo con Trøllabundin, ciertos espíritus pueden guiarnos o simplemente acompañarnos en nuestro camino. Algunos lo hacen durante toda la vida, otros fungen como tutores en etapas críticas. Iniciar esta relación me dio la esperanza de aprender a cruzar el muro de luz, pues en general los seres incorpóreos residen del otro lado.
—Gran Cuervo puede ser un pelín difícil de tratar —dijo Trøllabundin reforzando el concepto con un ademán. —Hace visibles tus dos caras, por lo que debes aprender a vivir en tu corazón si deseas que la relación prospere. Con él, nada de fingimientos, mentiras o autoengaños.
—¿Qué significa vivir en mi corazón?
—Que tus pensamientos y tus acciones provengan de tu esencia, no de tu mente pequeña, ni de tus miedos, sean los personales o los de tu tribu.
—¿En serio no puedo escoger un maestro distinto?
—Él es quien puede enseñarte lo que necesitas. Una vez que lo conozcas verás cuánto puede ayudarte. Es portador de la dualidad y te empuja más allá del límite.
—¿Es similar a una deidad? Lo he visto en tótems de las primeras naciones.
—Es creador. Está a cargo de ciertos aspectos en el mundo. Trajo la luz a los pueblos de la Tierra, puso el Sol en el cielo y llevó a cabo otras tareas igual de importantes. Algunos lo llaman Señor del Inframundo debido a que es el único que conoce todos sus rincones: mundos dentro de mundos. Es un gran maestro de poder y un mago extraordinario.
—¿Y todo eso en qué me ayudará?
—Aprenderás cosas que muchos solo soñarían. Esta etapa de tu travesía, aunque dura, se volverá mágica, llena de poder y recompensas. Ahora mismo puedes ver cómo ciertas semillas en ti han sacado raíz, han empujado la tierra y empiezan a ver la luz. ¿No quieres saber en qué se convertirán?
Las ventajas no rebasaban a las dificultades. Me costaba trabajo imaginarnos juntos.
—¿Siempre habla con esa voz tan rotunda?
—Solo algunos mensajes suyos se dan en palabras, pero todos te transforman. Entiendes una parte al principio y con el tiempo vas descubriendo más. Es enigmático, disfruta jugar con tu mente.
—Con razón me asusta.
—Por eso es importante que lo conozcas. A muchos les amedrenta sumergirse en su propia oscuridad, pero tú ya diste los primeros pasos.
—Eso es cierto, aunque no me hace muy feliz.
—Sobre la marcha descubrirás todo lo que puede darte.
Aprender el arte de cambiar de forma me atraía, pero nunca me interesó el lado oscuro de nada.
Mi maestra prosiguió con sus indicaciones.
—Para mantener un intercambio equilibrado, a partir de hoy le expresarás gratitud y reconocimiento con regularidad. También le ofrendarás humo de plantas abuelas. Esta noche coloca bajo tu almohada el atado que acabas de hacer. Pide a Gran Cuervo que, en un sueño, comparta contigo su canción y te diga qué quiere a cambio de un pedacito de su sabiduría.
Encima de todo lo anterior, debía regresar el día siguiente para participar en una ceremonia que daría inicio formal a mi nueva relación.
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Cené con Matt y vimos un capítulo de Game of Thrones, donde por supuesto apareció el cuervo de tres ojos. La tercera temporada comenzaría pronto y estábamos repasando la anterior para tener fresca la historia. No todos nuestros intereses televisivos coincidían, pero nos gustaba ver juntos series como MythBusters, Treme, Mad Men, The Newsroom, Breaking Bad, The Graham Norton Show y a Anthony Bourdain. Él era aficionado a Dexter, Criminal Minds y cualquiera sobre temas culinarios. Yo veía por mi cuenta Nurse Jackie, Bored to Death, Girls y documentales de todo tipo.
Esa noche me tocaba tipi y, ya habituada a dormir en el suelo, caí de inmediato. En una serie de sueños breves noté que un tucán comía la capa superficial de mi campo. Fui testigo de la aparición de un cuervo color plata creado por algo irreconocible al borde del Universo, en un tiempo muy antiguo. El joven cuervo modeló figuras con una arcilla negra que surgía del caos. En otra escena saltó sobre la nieve, donde marcó sus huellas al avanzar. Cambió de forma varias veces seguidas frente a mí, pero gracias a un canto específico pude reconocerlo. Al final dijo: «Quiero obediencia total», sobrevoló mi cielo y se alejó.
La mañana siguiente practiqué ritmos basados en la canción de Gran Cuervo, para ir integrándola. Recolecté doble poder, pues necesitaba valor para aceptar un acuerdo de obediencia, sobre todo con él. El día fue muy pesado en el Zero y solo me sentí mejor al comer. El menú —sopa de cactáceas, tlayuda de setas con quesillo, y de postre helado de higo con mezcal— fue ideal para la nueva dieta baja en trigo, quesos madurados, crucíferas y leguminosas que inicié cuando mis problemas digestivos empeoraron. En épocas de estrés elevado me cuesta trabajo descomponer y asimilar ese tipo de alimentos.
Al llegar a la cabaña ayudé a preparar la fogata. Coloqué tres cojines alrededor, pues mi maestra anunció que se nos uniría uno de sus aprendices, el psicopompo que se encargó de guiar al alma de Prue en aquella ceremonia que me perdí por andar de paseo en el inframundo. Di los últimos toques mientras canturreaba en voz baja aujourd’hui c’est la fȇte chez l’apprenti sorcier[1]. Colgué de mi cuello el itacate de Gran Cuervo, comprobé que mi tambor tuviera la tensión adecuada. El joven aprendiz se presentó con el sigilo de un aparecido y la ceremonia inició.
La intención era entrar al animal correspondiente y percibir el mundo desde ahí, mientras los tres tocábamos el tambor. Recorrer el bosque mientras lo observaba desde adentro de Gran Cuervo fue magnífico, parecido a cuando volé en el interior de Venado, pero fundirme con él rebasó todas mis expectativas, sobre todo porque creía que las lecciones sobre el cambio de forma iniciarían más adelante. Y es que así, sin aviso, yo fui Gran Cuervo. No solo veía el mundo a través de sus ojos, sino que sentía lo mismo que él. Mi percepción se agudizó de manera extrema durante el vuelo. Desde la altura capté hasta lo más minúsculo; supe dónde se encontraban todos los seres vivos de los alrededores —grandes y pequeños, vertebrados o blanduzcos— y más que verlos o escucharlos, los percibía con mi conciencia. Apenas localicé un polluelo en un nido descuidado, me lancé hacia él a una velocidad bárbara y lo apresé entre mis garras. Parada en una rama lo devoré con un grado insólito de avidez y deleite. Sentí cómo se incorporaban a mí la fuerza vital del pequeño pájaro, la de cada alimento que comió durante su breve existencia, hasta que la energía de la mismísima Tierra llegó a formar parte de mí.
Al regresar del viaje danzamos un rato, luego cantamos las canciones de nuestros animales respectivos, sin dejar de tocar el tambor en ningún momento. Cuando la ceremonia llegó a su fin, cubrimos los carbones con tierra, llevamos a la cabaña los implementos utilizados y el aprendiz se marchó.
IV
Llegué a la buhardilla un tanto desrealizada. En la puerta encontré un recordatorio de Matt: era la noche del picnic. Tardaría en relajarme antes de lograr dormir, por lo que comer algo sustancioso me pareció una alternativa tentadora.
Tomé un baño rápido. Con pantalones de piyama, playera de manga larga y una capa fina de sudor arriba del labio, me dirigí a un jardín iluminado con lámparas solares.
La cena junto al tipi fue exquisita y la charla animada, pero lo mejor de la noche vino después.
[1] Hoy es la fiesta en casa del aprendiz de hechicero.